Un demonio aburrido, porque no tenía nada que hacer, paseaba por un vasto campo. Por allí se encuentra a un caballo que estaba amarrado y tironeaba de la cuerda para soltarse. Como dice el dicho, “cuando el diablo no tiene qué hacer, mata moscas con el rabo”, después de ver dos granjas a los lados y pensando lo que podía pasar si actuaba, se acercó al equino y lo soltó.
El caballo, al verse libre y sabiendo que había una yegua en la granja vecina, galopó hacia allá saltó la valla y se coló en la finca de los otros campesinos. Allá empezó a galantear ante la hembra y a comerse la siembra que tanto tiempo le había costado trabajar al granjero vecino.
El dueño del caballo, antes de que se le echara la noche encima, se fue a recoger al caballo como solía hacer habitualmente. Al no encontrarlo donde lo había dejado, se extrañó notablemente, pues era la primera vez que esto sucedía. Lo buscó por toda la campiña, pero no lo hallaba. Por descarte y con cierta vergüenza por desconfiar de su vecino, se acercó a la finca colindante y allí mismo descubrió a su caballo. Entonces, el dueño del caballo, enojado por la traición, cogió a su jamelgo y se llevó a modo de castigo la yegua del vecino. Su idea era hablar con el compañero al día siguiente y arreglar el asunto tan bochornoso.
Llegado el día siguiente, el dueño de la yegua no halló a su preciado animal e hizo lo mismo que su vecino: después de no hallarla en la campiña, se acercó a la granja del dueño del caballo. Allí la descubrió. Llevado por la ira y pensando que la gravedad del asunto rompía los años de paz y convivencia, decidió tomar el rifle y matar a su caballo y conducir a la yegua a su establo.
Al día siguiente el dueño del caballo hizo lo propio con la yegua y además quemó el establo. El otro le quemó la casa… Así hasta que se liquidaron todos entre sí y todo terminó en una confusa tragedia.
Un ángel que había presenciado toda la escena se acercó al demonio y le preguntó:
– ¿Porque hiciste eso?
El demonio respondió- yo solo solté al caballo.
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